Críticas y reseñas literarias.
En sitios web, revistas, periódicos y otros medios
LUGAR QUE VUELVE
Cuentos en rondas.
de Alba Vera Figueroa
Libros Tucumán Ediciones / La Papa Editorial
Tucumán (Argentina), 2022
ISBN: 978-987-48898-3-6
144 páginas
Alberto Hernández. Crítico literario.
Caracas, Venezuela, VIERNES 3 DE MARZO DE 2023
Poeta, narrador, periodista y pedagogo venezolano (Calabozo, 1952). Reside en Maracay, Aragua.
Academia Venezolana de la Lengua por el estado Aragua (desde 2020:Miembro correspondiente.
Posgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar (USB).
Fundador de la revista Umbra.
Publicaciones: Los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Nortes (1991), Intentos y el exilio (1996), Bestias de superficie (1998), Poética del desatino (2001), En boca ajena: antología poética 1980-2001 (2001), Tierra de la que soy (2002), El poema de la ciudad (2003), El cielo cotidiano: poesía en tránsito (2008), Puertas de Galina (2010), Los ejercicios de la ofensa (2010), Stravaganza (2012), Ropaje (2012) y 70 poemas burgueses (2014).
Libros de ensayo: Nueva crítica de teatro venezolano (1981) y Notas a la liebre (1999); los libros de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994), Cortoletraje (1999), Virginidades y otros desafíos (2000) y Relatos fascistas (2012), Novela: La única hora (2016), Libros de crónicas: Valles de Aragua, la comarca visible (1999) y Cambio de sombras (2001).
Dirigió el suplemento cultural Contenido, del diario El Periodiquito (Maracay), donde también ejerció como director, secretario de redacción y redactor de la fuente política.
Publica regularmente en Crear en Salamanca (España), en Cervantes@MileHighCity (Denver, Estados Unidos) y en diferentes blogs de Venezuela y otros países. Sus ensayos y escritos literarios han sido publicados en los diarios El Nacional, El Universal, Últimas Noticias y El Carabobeño, entre otros. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe.
XVII Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana (2018): Con la novela El nervio poético.
Crítica Lugar que vuelve. Reseña.
de Alba Vera Figueroa
por Alberto Hernández
Cada ciudad es consecuencia de sus habitantes.
José Ignacio Cabrujas
Se ha asentado la noche otra vez sórdida,
otra vez las calles
brillan en la amenaza y la navaja.
Guillermo Sucre
Hay ruinas en las calles, muchas casas están vacías y sus habitantes
han muerto o han sido dispersados por la tormenta de sangre.
Arturo Uslar Pietri
1
Reseña sobre Lugar que vuelve
El lugar no es sólo un logos, un nombre, una palabra, una insignia; es un segmento de lo que se recuerda, de lo que fue parte de un recorrido. Todo lugar es movedizo. Es el todo que se activa como herramienta ambulante. El lugar, el sitio, el espacio vital, el estadio donde se fraguan todos los motivos, el campo de acción donde la memoria ocurre desde sus referentes. Entonces, la ciudad, la polis, la urbe donde acontecen los actantes y sus acciones.
Siempre se vuelve al mismo lugar aunque no se haga presencia en él. Desde la memoria, desde la recaudación de los recuerdos, el sujeto se hace lugar para retornar en los tiempos establecidos por los sentidos: el topos sirve de modelo para ensamblar historias, para hacerlas posible gracias a la insistencia por recorrer calles, casas, patios, nombres y apellidos, parques y hasta olvidos.
El lugar como personaje siempre está por regresar.
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Reseña sobre Lugar que vuelve
Narrar un lugar significa rehacerlo, reconstruirlo desde las primeras experiencias que, luego, se ensamblan para constituir otra versión, desde la perspectiva de los recuerdos, que sirva para sopesar el tiempo: hubo un pasado memorizado, se activa el presente tan continuo que no termina de ser presente. Sólo el instante del lugar que vuelve tiene sentido en quien regresa a su clima, a sus costumbres, a sus pecados, perversiones o bondades.
San Miguel de Tucumán es ese lugar, el revisitado, el reencontrado, el que vuelve con quien regresa para narrarlo desde su pretérito y hacerlo presente desde la “experiencia del exilio”, desde la ausencia que fue y ahora es la confesión de todo lo acontecido, ocurrido u olvidado por quien es la voz protagonista de estos cuentos en rondas que se han convertido en un libro que viaja desde el autor hasta quien lo toma como experiencia lectora.
La ciudad requerida por los sentimientos contiene los eventos que han activado la necesidad de narrarla.
Se vuelve con todo el imaginario. Se retorna con una valija de señales. La ciudad requerida por los sentimientos contiene los eventos que han activado la necesidad de narrarla, contarla, desmenuzarla con los personajes y acciones que la habitan. He allí parte de la historia real de una ciudad capaz de reconocerse a través de la ficción, ajustada a acontecimientos que sacudieron la vida de aquellos argentinos cuya dignidad fue sometida a prueba.
Tucumán, San Miguel, es una muestra fehaciente de que lo que narra Alba Vera Figueroa es una secuencia de eventos que han marcado para siempre a los herederos de víctimas y victimarios, porque una de las rondas de este libro habla de la represión que hoy forma parte del archivo histórico de ese país del sur de América. Son testimonios que han sido calcados por la ausencia, por el éxodo, por la tortura, por la muerte, por la vida sufriente. Por esa razón los personajes, sujetos a la remembranza, son el significado más ajustado de una realidad incuestionable. Y como afirma en el prólogo David Lagmanovich: “No hay escritor que no narre” lo que le ha ocurrido a él y a su entorno, a su lugar, a la geografía de sus afectos.
Lugar que vuelve, de Alba Vera Figueroa, es parte del escozor de una historia política, social, cultural y familiar que aún se siente en el imaginario de quienes vivieron para contarlo a través de las palabras de quienes escriben, de quienes resguardan la voz de los ausentes, de los que fueron parte dolorosa de ese lugar.
El mito del eterno retorno tiene razón de ser en estos cuentos.
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La primera ronda, la Ronda histórica, recoge los fragmentos de las dictaduras y democracias que afectaron notablemente la psicología de los habitantes de ese lugar. Nuestra narradora registra la pesada burocracia desde las oficinas abandonadas, por “los viejos buscadores de historias”, por la represión. La ciudad y sus convulsiones destacadas en personajes como Horacio Salgado y Emilse Castillo en diferentes relatos que logran encontrarse en el cambio del clima que, al parecer, es lo único que cambia porque la ciudad arrastra todos los dolores del pasado: el indulto a los genocidas, a los torturadores, por las democracias quebrantadas, corrompidas, ligeras de justicia, mientras los herederos del dolor, los ajusticiados por el olvido, sucumben ante el carácter benevolente de quienes ahora son o fueron el poder. Todo un ritual que devana la pérdida, la desaparición forzosa o el exilio. Una misa en la que es imposible encontrar confesión.
Quedan entonces los fantasmas rondando la ciudad, la casa asolada, la pérdida de las herencias, el teléfono descompuesto como metáfora de la incomunicación y de la migración. La imposición del poder militar, la protesta inútil y el duelo.
Se asoma un instante el poema de Jorge Luis Borges, “Rosas”, uno de los textos de Fervor de Buenos Aires:
En la sala tranquila / cuyo reloj austero derrama / un tiempo ya sin aventuras ni asombro / sobre la decente blancura / que amortaja la pasión roja de la caoba, / alguien, como reproche cariñoso, / pronunció el nombre familiar y temido. / La imagen del tirano / abarrotó el instante…
La casa, la ciudad, el poder: imágenes como muestra de una historia que no termina de cerrar su ciclo.
La ciudad, mutante, pero como “el gato pardo”, para no cambiar, para ser la misma desde todos los tiempos: estática y portátil: personaje de ella misma.
En Ronda de pinturas Alba Vera Figueroa se vale del verbo poético. Se abstrae.
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La segunda ronda de cuentos es Ronda de mujeres. Sus nombres se decantan en las mismas calles y avenidas: Griselda Aráoz al ritmo de San Miguel de Tucumán, mientras “el colectivo enfurecido” marca la ruta de la protesta donde la historia juzga “el tiempo sin tiempo”.
Borges recurre en nuestra ayuda. En su poema “Carnicería”, perteneciente también a Fervor de Buenos Aires, dice:
Más vil que un lupanar / la carnicería rubrica como una afrenta la calle. / Sobre el dintel / una ciega cabeza de vaca / preside el aquelarre / de carne charra y mármoles finales / con la remota majestad de un ídolo.
El cuento “Costumbres” de Alba Vera Figueroa refiere un lugar parecido, como si la metáfora no pudiera contenerse: “la sangre de los corderos inocentes”, la práctica de “estar alerta”, resume el matadero que podría, simple hábito, añadirse como postal de la ciudad, pero se puede ir más allá y destacar el carácter represivo de la realidad circundante. Las mujeres fueron testigos y víctimas, trabajadoras que asimilaron sensiblemente todo lo que ocurría a su alrededor en aquella San Miguel de Tucumán, como resumen de la Argentina golpeada.
En Ronda de pinturas Alba Vera Figueroa se vale del verbo poético. Se abstrae. Tantea y lo logra, hacerse de una poética de la extrañeza, de la voz que busca y encuentra, como una niña que revuelve hojas en un bosque. Su palabra precisa, densa, amiga de las imágenes, celebra el canto al lugar, al que vuelve siempre o el que vuelve a él mismo dentro o alrededor de la ciudad. De la imaginada y la real.
Los sentidos acoplados a una plástica del verbo, como ha destacado la propia autora al comienzo del libro.
Y luego, para casi cerrar el ciclo de su entonación, Ronda de misterio, donde lo sobrenatural, lo extraño, el más allá en el más acá de la comprensión, descubren otro mundo, el otro lugar en el mismo sitio, en la misma estructura de su estar.
El epílogo, como todo cierre, contiene el todo, el que se dice y el que podría ocultarse. Es un cuento que suelta sus amarras para destacar el carácter narrativo, corriente de río verbal, por donde viajan todos los personajes de un libro cuyos lectores sabrán saberse en el mismo lugar, al que volverán a los suyos para sembrar la semilla del retorno.
El lugar seguirá viajando con sus personajes. Y será el mismo en todos los tiempos mientras el que lo habita cambia y se hace el Otro, el mismo, como una vez escribió Borges.
El dramaturgo y escritor venezolano José Ignacio Cabrujas afirmó sobre su ciudad, que podría ser cualquiera de este continente de cambios y resacas, donde todo parece continuar igual: “Vivo en una ciudad nueva, siempre nueva, siempre reciente, pero que sólo puede conocerse a través de una nueva arqueología”.
El lugar —el que siempre vuelve— está a la vuelta de la próxima esquina, en este bello libro.
Alberto Hernández. Autor de la crítica.
Coordenadas: Alba Vera Figueroa • Autores de Venezuela • Letralia 391
Victoria Mera. Crítica literaria.
España, 14 de febrero de 2023
Licenciada en Traducción e Interpretación. Colaboraciones en: Revistas literarias Generación espontánea, Ágora, El coloquio de los perros, Fábula, Ventana sur (Cuba), Papalotzi (México) y Norbania.
Publicaciones colectivas: en 3×3, Colección de Poesía 4 (Editora Regional de Extremadura, 2011), y Trece (Rumorvisual, 2010) junto con otros doce poetas extremeños.
Publicaciones propias: Poemarios Rutas de Vuelo (Ediciones Oblicuas, 2013), Universos Mínimos (Norbanova, 2015) y Cuaderno de flores y otros delirios (Norbanova, 2020).
Su estilo ha sido definido como una “minuciosa arquitectura literaria” y sus poemas “frescos y llenos de poesía”. Instagram: maviemg Twitter: maviemg
Crítica. Lugar que vuelve. Cuentos en rondas. Reseña.
de Alba Vera Figueroa
por Victoria Mera
Reseña sobre Lugar que vuelve: Volver a ciertos autores es, en ocasiones, una garantía de éxito. Volver a Alba Vera Figueroa no defrauda. Esta autora argentina consiguió, con su voz cálida, delicada y al mismo tiempo llena de fuerza, emocionarme con sus dos anteriores libros de relatos: Los irreales y El crepitar de la memoria. Por eso sabía que adentrarme de nuevo en su mundo, en su compromiso por recuperar la memoria y en sus personajes que rebosan vida iba a suponer de nuevo un viaje emocional que, gustosa, estaba deseando realizar. Y, efectivamente, así ha sido.
Alba Vera Figueroa sigue utilizando la literatura como rebelión en este libro de relatos que cierra su particular tríada. La voz de la autora es aquella del compromiso, una voz que irrumpe en la monotonía y el costumbrismo para, como un vendaval, zarandear todo lo que damos por hecho en la historia, nuestras raíces y orígenes. Y todo, una vez más, con una calidad literaria excelente.
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Lugar que vuelve es, como os decía, la tercera parte de esta tríada compuesta por Los Irreales (2021) y El crepitar de la memoria (2022). Los relatos que componen este libro se agrupan en Rondas y Epílogo. De este modo, el lector encontrará en Ronda histórica cinco relatos sobre la Tucumán de los años noventa. Estas historias, entre las que se encuentran “Están cableando la ciudad”, “La tierra, siempre la tierra” o “Rituales” muestran las secuelas psíquicas y sociales ejercidas en los ciudadanos por el terrorismo de estado durante los años 76 a 83. Son estos pues relatos políticos y sociales que nos invitan a reflexionar y a percibir una realidad que hace tiempo quedó atrás pero que sigue estando, en muchos sentidos, latente en la sociedad.
En Ronda de mujeres, las protagonistas son, evidentemente las mujeres. Se recogen aquí seis relatos cuyas temáticas abordan diversas inquietudes, costumbres y situaciones. Relatos como “Giro permitido”, donde la rutina es puro cambio; “Helechos”, que refleja el arraigo y la maternidad; o “Chocolates”, una alegoría acertadísima que el lector deberá descubrir.
Ronda de pinturas contiene relatos de una temática más diversa. Se trata de historias que sirven como experimentación con el lenguaje, con el mundo de la fantasía y lo onírico. En ellos Alba juega con las palabras, domina el lenguaje a su antojo y ofrece al lector un espectáculo literario brillante en relatos como “El secreto”, lleno de lirismo y fuerza o “Malograr el olvido”, donde la ausencia impregna cada una de sus palabras.
Ronda de misterio, por su parte, está compuesto por cuatro cuentos que rozan lo inexplicable, lo místico y lo irracional. “Del otro lado de la luz” o “La ofrenda” son el ejemplo perfecto de cómo narrar la realidad desde otro prisma, uno que no admite explicaciones.
Finalmente, en Epílogo, la autora consigue sorprender de nuevo al lector con un relato que reúne un poco de las características de los anteriores, pero que resulta ser totalmente diferente a lo narrado. Un relato cuyos protagonistas y destinos sorprenderán al lector, sin duda.
La literatura como herramienta política, el relato como arma. Un utensilio mágico capaz de abrir mil y un universos ante nosotros. Los veinticuatro relatos que componen Lugar que vuelve son la muestra de que, como dijo Margaret Atwood: “Una palabra, tras otra palabra, tras otra palabra es poder”. Y Alba Vera Figueroa, consciente del poder de la palabra, vuelve a sorprendernos, a emocionarnos, a sacudirnos e invitarnos a volver a un lugar que siempre regresa porque permanece, inevitablemente, muy dentro de nosotros.
1 comentario en «Lugar que vuelve. Cuentos en rondas»
Verónica Gutiérrez (Salta, Argentina, 1982). Crítica literaria.
Salta, Argentina, 14 de febrero de 2023
Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Salta. Doctoranda en el Doctorado en Humanidades de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Ejerció la docencia en el nivel medio y terciario.
Actualmente: Jefa de Trabajos Prácticos en “Literatura Hispanoamericana” de la carrera de Letras, en la UNSa. (Salta).
Proyectos de investigación sobre la literatura del noroeste argentino y sus vínculos con el sistema literario argentino y con otras literaturas latinoamericanas.
Integrante del Proyecto “Revisión de tradiciones y emergencias renovadoras en la literatura reciente del noroeste argentino” (Consejo de Investigación de la Universidad Nacional de Salta), dirigido por el Dr. Carlos Hernán Sosa.
Crítica. Lugar que vuelve. Reseña.
de Alba Vera Figueroa
Por Verónica Gutiérrez
Sobre lugar que vuelve
La escritura es un modo de mirar
Bajo el título Lugar que vuelve. Cuentos en rondas (2022, La Papa Editorial y Libros Tucumán Ediciones) se reeditaron los cuentos que Alba Vera Figueroa publicara en 1995 en una edición de autor. Corregida y ampliada, esta nueva edición completa la tríada de la autora, formada por Los irreales (Metrópolis Libros, 2021) y por El crepitar de la memoria (Metrópolis Libros, 2022).
Los veintidós relatos que componen el libro se agrupan en cuatro “rondas” y un epílogo (Ronda histórica, Ronda de mujeres, Ronda de pinturas y Ronda de misterios). Diversos en sus tramas, los enlaza (con algunas excepciones, como “Rituales”) la apuesta por una poética que bordea siempre un espacio que dialoga con lo fantástico, lo extraño, el sinsentido o el juego. Y un tono, en el que coexisten la ironía crítica, algo del humor, cierta nostalgia, la angustia, el miedo.
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Los cinco relatos que conforman la primera ronda son, con seguridad, los cuentos en los que la relación entre el universo ficcional construido y la historia reciente de la Argentina es más visible. La primera edición del libro aparece durante la década del 90. Ese no es un dato menor, ni remite solamente al contexto de la escritura. La textura de ese fin del siglo XX en la Argentina (podríamos hablar, con Raymond Williams, de la “estructura de sentimiento”) constituye la materia y la música a partir de la cual toman forma muchas de las historias en una Tucumán marcada por las heridas de la última dictadura militar y por las políticas neoliberales de los 90. Ese es el suelo sobre el que se asientan los primeros cuentos del libro, ese es el momento histórico del que la imaginación da cuenta a través de situaciones y de personajes que “testimonian” o ponen en escena la crisis económica, política y vital de esos años.
Sabemos que la provincia de Tucumán fue el espacio donde tomó forma, con el Operativo Independencia, el Terrorismo de Estado durante los años 70. Si ese Terrorismo de Estado penetró hasta los lugares más recónditos del país, en la provincia de Tucumán ejerció la represión con una fuerza inusitada. Intentaba arrasar con un movimiento obrero organizado y politizado, y con una intelectualidad comprometida. Sabemos también que esa represión feroz fue el mecanismo a través del cual se preparó el terreno para la implementación de un modelo económico que terminaría de cristalizar en la década de 1990. Hay una conexión indiscutible, entonces, entre la última dictadura militar y lo que vino después. Y en Tucumán esa continuidad se volvió tan nítida que se tornó casi increíble: fue Antonio Domingo Bussi, ex represor e interventor durante la dictadura, electo por el voto popular en los años noventa, quien llevó adelante las medidas que impuso el neoliberalismo: desregularizaciones, privatizaciones, despidos masivos, cierre de empresas, reformas educativas, instauración de un discurso que exigía obedecer al mercado y dejar en la desprotección a miles de sujetos, arrojándolos a la vida precaria, “desmunidos” de derechos y de sus propias historias.
Los relatos de la “Ronda histórica” de alguna manera responden a la pregunta ¿cómo contar una realidad inaudita?, ¿cómo imaginar con la literatura una época en la que todo podía perder su suelo, en la que lo que ataba a los sujetos a la vida, a lo cotidiano, al sentido podía evaporarse, desvanecerse, volverse líquido? Otro escritor tucumano, Eduardo Rosenzvaig, se preguntaba -también por esos años- cómo dar cuenta de una realidad, la tucumana, marcada por las cicatrices de la dictadura. Rosenzvaig advertía que era imposible aprehender algo de todo aquello si no se recurría a lo que él llamó “realismo desatinado”, un tipo de apuesta estética que quiebra con el realismo y es capaz, por eso, de decir sobre una realidad que tiene mucho de desatino.
En varios de los cuentos de Lugar que vuelve, lo que acontece, insoportable e incomprensible, hace virar la trama hacia el absurdo o hacia cierta atmósfera del fantástico, incluso de lo onírico. Es lo que sucede en “Historias selladas” y en “Están cableando la ciudad”. En el primero de los cuentos los personajes, ancianos o envejecidos, deambulan buscando sus expedientes (y sus historias) por las oficinas del Estado provincial, que han quedado abandonadas luego del traspaso de las cajas jubilatorias provinciales a la nación y la conformación de las administradoras de jubilación privadas. En “Están cableando la ciudad”, los operarios de una empresa de comunicaciones hacen el tirado de cables por las calles para acelerar y modernizar las comunicaciones. Cada vez que colocan y estiran un cable, alguno de los personajes mueve el cuerpo de manera extraña, como si esa pierna, esa mano o ese brazo que se mueve estuviese atado a los cables que están desplegando por la ciudad. En el cuento, la modernización neoliberal muestra su envés: frente la panacea noventista de la conexión total, frente al elogio del éxito individual, al desarrollo económico de un sector social, los cuentos exhiben la desconexión, el silencio, el dolor en el cuerpo, la expulsión. No hay una cosa sin las otras, parecen decirnos las historias de Vera Figueroa.
Los personajes parecen por momentos fantasmas que recorren pasillos, rememoran, se recuerdan jóvenes. Son los restos de una historia que ha arrasado con casi todo. En “La tierra, siempre la tierra” la protagonista narra lo acontecido desde el exilio y en su discurso los años noventa se confunden con los de la última dictadura cívico militar:
Un día me vi: yo, Lila Trover, inerme ante las máquinas y sus taladros y también ante las zanjas que quedaban abiertas por las noches; entre el ruido y nuestra mudez. Confieso que sentí terror de desaparecer.
—¿Así como sucedía durante la dictadura?
—Raro, sí… Alguna lucidez me decía que ese pánico respondía a un recuerdo que debía olvidar… (“La tierra, siempre la tierra”).
Esa continuidad entre la dictadura y los años 90 es advertida por los personajes:
Trasponemos el umbral de nuestra casa y me siento a salvo con mis hijos. Preparo la cena y desde el televisor dan noticias sobre grandes cambios económicos. Un hombre de grandes patillas extemporáneas nos pide confianza y asegura que no va a defraudarnos mientras sonríe socarronamente a la entrevistadora enjoyada. De la boca del hombre se escucha es un gran zorro refiriéndose a su vicepresidente y la mujer mediática responde con mohines de complicidad. Mis hijos me miran interrogándome, esperan algo de mí, una señal de aprobación o disgusto ante lo que vemos. Decido apagar el televisor, pero justo antes el hombre de las patillas dice algo sobre indultos en consonancia con la Ley de punto final, que nada de juicios por delitos de lesa humanidad, que somos hermanos y debemos enfocarnos entre todos en las leyes del mercado. (“Están cableando la ciudad”).
En “Están cableando la ciudad” las zanjas abiertas por los operarios de las comunicaciones recuerdan/se confunden con esas otras zanjas abiertas en la tierra, las fosas comunes donde la dictadura arrojó los cuerpos de los desaparecidos.
“Yo hacía esfuerzos inútiles por discernir entre el recuerdo de esos hechos y la nueva realidad, en los años noventa. Pero las calles me aturdían, lo mismo que el indulto a los genocidas. Creo que alguna capacidad mental para separar los hechos dejó de funcionar en mi cerebro. Asociaba las nuevas zanjas de las calles con aquellas fosas comunes; el ruido de los taladros, con las picanas eléctricas de los centros de torturas. Los camiones de las empresas me parecían camuflados, parecían ocultar los Ford Falcon con armas de guerra apuntando desde las ventanillas. El ruido, el polvillo y nuestro propio sigilo fueron todo uno. Creo que hasta mi piel recordó el miedo a desaparecer, no sabría explicarlo de qué modo. El miedo… ese estremecimiento eléctrico que termina en las yemas de los dedos, de las manos, de los pies. (Están cableando la ciudad).”
Los cuerpos que recorren estos textos están sumidos en algún estado que hace patente cierta desconexión o incomodidad con el orden de las cosas. Por momentos recuerdan a los personajes y a los cuerpos que recorren las páginas de un texto clave de la literatura latinoamericana, Indicios Pánicos de la uruguaya Cristina Peri Rossi, texto que, publicado en 1970, anticipa los mecanismos de terror sobre los cuerpos que serían utilizados unos años después por las dictaduras militares en el Cono Sur. Como los de Cristina Peri Rossi, los relatos de Alba Vera Figueroa dan cuenta de situaciones de represión y exilio desde una apuesta en la escritura que enrarece el relato y roza el absurdo.
Las militantes mujeres, las figuras femeninas, las madres nutren además las páginas del libro. Es que Alba Vera Figueroa indaga en la experiencia vital de las mujeres: la maternidad y sus formas, los amores. Por eso su narrativa puede leerse quizás junto a la de otras escritoras que abordaron la militancia de las mujeres en el norte de la Argentina: pienso en la tucumana Sara Rosenberg, por ejemplo.
La experiencia femenina que en “Ronda Histórica” se entrelaza con la historia del país, en “Ronda de mujeres” se vuelve hacia lo doméstico, lo cotidiano, se interioriza, aunque no deja de mostrar que esos interiores son también históricos y están transidos por lo social. En “No me olvido de nada” dos vecinas, que en un principio conversan sobre la protagonista de una telenovela, terminan hablando sobre el viaje urgente y algo misterioso del marido de una de ellas a Zapla, porque en la zona donde viven ya no se consigue trabajo. Zapla, en Jujuy, fue el lugar elegido por los ex represores y miembros de los grupos de tareas de la dictadura militar para “esconderse” durante las primeras décadas de la democracia.
Como sucede con los primeros cuentos, aquí algunas de las historias también derivan hacia zonas de lo fantástico, justo allí donde lo familiar se enrarece. Las figuras femeninas de los relatos tienen algo que las aleja de lo esperable: una costumbre extraña (cuidar helechos como a hijos), una manera diferente de enlazarse al mundo, una manera rara de mirar.
Los cuentos de Alba Vera Figueroa, agrupados en rondas, recuerdan ese gesto antiquísimo de los hombres contándose historias en rondas alrededor del fuego. La palabra “ronda” puede aludir tanto a esas rondas de hombres y mujeres relatando historias como al juego de los niños, juego que se articula en torno a la repetición. Puede aludir también a las rondas de las Madres de Plaza de Mayo, como un ejercicio de protesta y denuncia contra el silencio de los represores.
¿Para qué contar? ¿Para qué durante milenios los seres humanos se contaron historias? ¿Para conjurar el miedo, para comprender, para mirarse en esas historias ficcionales? Como sostiene David Lagmanovich en el prólogo a la edición de 1995 -que esta edición de 2022 atinadamente ha conservado-: “No hay escritor que no narre de una manera u otra […] La constante narración es el testimonio de una búsqueda. En todas las actitudes literarias posibles, seguimos buscando los secretos de esa forma que es a la vez la más tradicional de la literatura, anterior en milenios a la invención de la escritura, y la que parece tener mayor capacidad de mutación. No hay escritor que no narre, y hay pocos escritores que no hayan comenzado su carrera sin intentar el proceso de la narración: la figuración o refiguración de la realidad”.
La escritura en Lugar que vuelve es un modo de mirar, una apuesta personalísima que opera como maquina que figura o refigura lo que es difícil de comprender, la historia marcada por la violencia, los rincones de la subjetividad, el miedo, la situación de exilio, las pérdidas, la vida.
Quisiera hacer notar que las imágenes que aparecen en tapas de esta triada han sido realizadas por el artista plástico Juan Rodríguez https://www.facebook.com/estudiodearte.juanrodriguez
La web de Alba Vera Figueroa es https://albaverafigueroa.com