Lectura Crítica de «Juventud» de Coetzee J.M.

Escrita por

Vera Figueroa, Alba

Edit. DEBOLSILLO

Lectura Crítica de «Juventud» de Coetzee J.M.

por Vera Figueroa, Alba

La contratapa nos anuncia “Evocación en forma de memoria […] Continuación de Infancia…”.

Esta evocación, balance no solo autocrítico sino sarcástico, tiñe de aparente inutilidad esta época transitoria en la juventud, cuando se realizan las elecciones que marcarán el tiempo de madurez. Las posibilidades, opciones y urgencias estarán representadas en esta obra en el mundo de las matemáticas, la lógica y la programación informática.

Una vez finalizada la lectura, habrá cuestiones dignas de aprender en este libro respecto a esa particular etapa de la vida.

La frialdad de sentimientos corresponderá a un estado de observancia de la situación circundante, de gran gasto de energía en la revisión obsesiva de los pasos a dar que le hacen desestimar, al joven Coetzee, las relaciones familiares y amorosas. Mayor frialdad cuanto más alejado está del encuentro con personas afines al lenguaje que persigue confusamente.

En cuanto a la elección de lenguaje, este trabajo parece sostenerse en el pensamiento de que es el sistema de códigos abstractos –que simbolizan el nivel de emotividad y sensibilidad del joven– lo que resultará excluyente en la etapa de búsqueda en la vida. Es tal vez la narración de la crisis de esta búsqueda de lo que trata esta historia.

Veamos entonces cómo se desarrolla la narración y el impacto conflictivo sobre el ánimo del lector. Tal vez se deba a la práctica en la corrección de sus textos literarios lo que ha llevado a Coetzee a aplicar sobre su vida iniciática la misma vara que todo escritor aplica sobre sus textos jóvenes. Leemos, entonces, un intento de autobiografía que poco a poco se transforma en una novela en la que el protagonista es un joven que parte de su país, Sudáfrica, para vivir una experiencia en Londres.

Como era de esperar, cada vez que se escribe, aunque sea sobre sí mismo, se pone en juego el ejercicio de la ficción: recorte o acotación de la memoria, previa elección del tono y utilización de un leitmotiv –la reiteración interrogativa– como medio de indagación íntima son algunas de las marcas que le otorgan el carácter ficcional.

No podemos negar que los comienzos literarios, vistos con la madurez del oficio de escritor, pueden ser criticables tanto como los años de juventud, vistos desde la vejez. Pero no es menos cierto que serán patrimonios no solo intransferibles, sino portables durante el resto de la vida. Es tal vez el dolor ante errores, que no se han podido subsanar a tiempo, lo que pesa con los años. Fallos cometidos siempre debido a una suerte de dilema constante, una suerte de encrucijada ante la que una elección traerá inevitablemente, cual correlato, una pérdida.

Y es aquí justamente donde reside, de modo paradojal, tanto lo que experimentamos como defecto y virtud en este texto. Trataremos de explicarnos. Entendemos que, en tanto evocación de juventud, el autor cuenta, como ventajas a su favor, con la perspectiva que otorgan los años transcurridos, así como los conocimientos adquiridos; por lo tanto, el joven Coetzee es visto a través del filtro crítico del escritor.

Como lectores recibimos una ficción en la que el autor opina y abre juicio sobre el personaje. Poco importa que se trate de sí mismo y por lo tanto ejerza con derecho ese lugar, pero desde nuestra perspectiva como lectores nos sentimos en cierta medida invadidos como si su intervención nos coartara la posibilidad de llegar a la experiencia del personaje joven, sino a través de la coacción o la narración de su padre.

Es entonces, a veces, tanto el sarcasmo sobre una vida joven como la burla lo que nos hace pensar en la injusticia de sus disecciones. Esta falta de distancia con el personaje joven provoca una cierta aversión hacia el narrador escritor y al mismo tiempo un sentimiento de solidaridad con el protagonista que busca una salida a su propia vida. En el avance de la lectura el lector se verá a sí mismo dividido emotivamente entre ambos. Esa misma falta de distancia convierte por momentos al texto en un mea culpa del escritor sobre esos años, que nos gustaría llamar de transición.

Pero a su favor podemos aclarar –y sepan dispensar el atrevimiento, ya que de un Premio Nobel se trata– que en la medida que avanzamos en la lectura y un poco cansados de la cantidad de preguntas que invaden las páginas, vamos descubriendo que ha hecho de esa enorme reiteración la forma literaria que por excelencia pareciera representar esos años insertos en la juventud. Así, creemos entender que el autor-escritor-narrador, ante cada dilema del joven, aplica el método que es propio a la programación en informática: cada opción genera dos pasos, los que a su vez dan lugar a dos pasos cada uno y así en lo sucesivo. Como si la resolución de los conflictos en la vida se redujera a insertar una cruz en uno de dos casilleros.

Pero en el transcurso de la narración se acepta el procedimiento como posible dado que el joven es un estudiante de matemáticas y programador de informática, acostumbrado –deformación profesional– a pensar constantemente en términos binarios, lenguaje este que condiciona y limita la vida de artista con la que ha fantaseado desde niño.

Cada paso, o decisión, será planteado en forma de opción. Y será tan abrumadora la insistencia en las preguntas que, por saturación (de la forma), nos vemos inducidos a la aprehensión de dos situaciones de excepción: riesgo de error y caudal de posibilidades. Nada más propio, a nuestro entender, a esos años preparatorios en la vida.

De alguna manera, será esta evocación la representación del largo merodeo por la vida y por los lenguajes diferentes en un estado de ensoñación flotante. Hasta que, al fin, el joven Coetzee opta por el lenguaje en el que se siente más cómodo: el poético. Estas memorias servirán también al autor para citar a los poetas que lo han ido marcando, y se burlará de sí mismo al recordar sus dudas y pautas caprichosas de elección. Dejará pues al descubierto el carácter divagatorio e inseguro del pensamiento que subyace en toda formación –en este caso, la de artista–.

Riéndose de sí mismo se ríe de todo comienzo, de todo intento por tomarse en serio en cualquiera de las disciplinas a las que un joven se asoma. Promoverá entonces una posición más cercana a la parodia de esta primera época de la juventud que al rescate de valores fundantes.

El derecho le asiste y observamos que se ríe en realidad de actitudes inauténticas, que no son sino las máscaras que utiliza el joven para ocultar la extrema frialdad de sentimientos mientras dura la indefinición. Será al final la angustia ante una situación sin salida lo que lo precipite a optar por el lenguaje que habrá de sostenerlo durante el resto de su vida.